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martes, febrero 22, 2011

Democracia y oligarquía

Para Aristóteles la igualdad democrática fundada por la ley significa que los pobres no tendrán derechos más extensos que los ricos y que ni unos ni otros serán exclusivamente soberanos, sino que lo serán todos en igual proporción. Por tanto, si la libertad y la igualdad son las dos bases fundamentales de la democracia, cuanto más completa sea esta igualdad en los derechos políticos, tanto más se mantendrá la democracia en toda su pureza.

Por el contrario, la oligarquía consiste en la fijación de un censo electoral (requisitos para que la población cuente con derecho al voto) bastante alto, para que los pobres, aunque estén en mayoría, no puedan aspirar al poder, abierto sólo a los que poseen los ingresos fijados por la ley. Si la elección de los funcionarios públicos ha de recaer exclusivamente entre los incluidos en el censo, la institución parece más bien aristocrática y es oligárquica cuando el círculo de la elección es limitado. Otra especie de oligarquía se funda en la sucesión, a manera de herencia, en los empleos y funciones que pasan de padre a hijo. También estamos frente a una oligarquía cuando la soberanía es de los titulares de las magistraturas o autoridades, la cual sustituye al reinado de la ley. Esta última forma se corresponde perfectamente con la tiranía y también puede llamársele gobierno de la fuerza.

Muchas veces, advierte Aristóteles, aunque la constitución legal sea más bien democrática, la tendencia de las costumbres y de los espíritus es oligárquica, casi siempre el resultado de una revolución, no obstante, en ocasiones el movimiento oligárquico evita hacer innovaciones bruscas, prefiriendo contentarse con usurpaciones progresivas y de poca consideración; se dejan en pie las leyes anteriores pero los jefes de la facción oligárquica no son por eso menos dueños del Estado.

Lo anterior viene a la mente después de leer la columna del Premio Nobel de Economía Paul Krugman denominada Wisconsin Power Play, en la cual reflexiona sobre lo que en el fondo está en juego en el desafío político que se libra en el congreso de dicho estado entre el gobernador y sus aliados, por un lado, y el movimiento sindicalista y los suyos, por el otro:
For what’s happening in Wisconsin isn’t about the state budget, despite Mr. Walker’s pretense that he’s just trying to be fiscally responsible. It is, instead, about power. What Mr. Walker and his backers are trying to do is to make Wisconsin — and eventually, America — less of a functioning democracy and more of a third-world-style oligarchy.
Dicho intento, vaticinado por el filósofo de Estagira, ya lleva gran parte del trecho recorrido en el mundo de la realpolitik estadounidense:
In principle, every American citizen has an equal say in our political process. In practice, of course, some of us are more equal than others. Billionaires can field armies of lobbyists; they can finance think tanks that put the desired spin on policy issues; they can funnel cash to politicians with sympathetic views (as the Koch brothers did in the case of Mr. Walker). On paper, we’re a one-person-one-vote nation; in reality, we’re more than a bit of an oligarchy, in which a handful of wealthy people dominate.
Si el gobernador Walker y sus simpatizantes no esgrimen otro argumento que el mero equilibrio presupuestario, para lo cual no se requiere afectar la capacidad de negociación colectiva de las uniones de trabajadores, Aristóteles daría, sin duda, la razón a Krugman.

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