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domingo, junio 06, 2010

El mensaje del director técnico

Nuevamente Javier Aguirre es objeto de escarnio en el círculo de la retórica patriótica; el motivo es ahora su participación en un anuncio en el contexto de la campaña de la Iniciativa México. En él afirma, entre otras cosas, que ama a nuestro país, que su gente, cuando se lo propone, logra lo que quiere e invita a asumir tal actitud y acompañarla del esfuerzo correspondiente. Lo tachan por ello de inconsistente, de poco creíble, de hipócrita y presto a decir cualquier cosa en la medida en que se la pague por hacerlo; la razón para ello son los muy conocidos comentarios de Aguirre expresados en meses pasados sobre la "jodidez nacional". Otros, más mesurados, consideran que se trata de un ejemplo de que "es de sabios cambiar de opinión". Disiento, no creo que haya cambiado o rectificado su opinión respecto al estado que guarda el páis, es más, creo que no hay incompatibilidad entre lo expresado en la entrevista y el anuncio que nos ocupa.

Reconocer y lamentar los defectos de algo no afecta los sentimientos, por definición subjetivos, que se tienen sobre el objeto del que se habla; a veces duele reconocer los defectos, pero es mejor a simplemente ignorarlos, implica aplicar la racionalidad al sentimiento. Como dijera Quevedo: "Grande dolor es sentir mucho, y grande enfermedad no sentir nada: esto es ya de muerto, aquello es aún de vivo."

El amor que se exige para México en la arena del discurso patriótico es un amor ciego. Ese tipo de amor sólo puede ser profesado por quienes no ven, tienen la mirada distorsionada gravemente por algun defecto ocular, o peor aún, por quienes pudiendo observar y actuar en consecuencia prefieren taparse los ojos, los oídos y no decir ni hacer nada, de la misma manera que los integrantes del famoso trío de chimpances, así los adornemos con sombrero, sarape y tomando tequila.

Quienes no ven o se niegan a ver y, sin embargo, pretendan caminar, terminarán tropezándose o cayendo por un despeñadero, seguramente en completo regocijo, repitiendo cuán grandes y exquisitos son mientras el cuerpo se encuentra moribundo. Me quedo con el discurso del director técnico.

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