Recent Posts

martes, julio 19, 2011

La extinción de los paraisos


La primera vez que entré a una las tiendas Borders me sentí en un mundo de fantasía: todas las revistas imaginables, que eran el objeto de mi búsqueda en esa ocasión, estaban a mis disposición. Pasillos de libros y películas clamaban mi atención, ¡yo sería feliz viviendo aquí! me dije en esos momentos. El impacto que ocasiona la ilusión de tener al alcance de los dedos el poder de disposición sobre un infinito de objetos de nuestro deseo es algo inenarrable. Lo he sentido otras veces igualmente sublimes, por ejemplo recuerdo la primera vez que entré a la Librería Ghandi en Miguel Ángel de Quevedo interesado en libros de derecho, sociología y política o mi encuentro con la mítica Librería del Zótano de Avenida Juarez, casi enfrente del Hotel Regis donde me hospedé, cuando hacía preparativos para venir a estudiar a la Escuela Libre de Derecho y tuve la impertinencia, me dirían después, de dar un paseo nocturno por los alrededores de la Alameda Central para iniciar mi conocimiento de la ciudad; otra ocasión semejante, aunque más enfocada mi atención en esos momentos al sector musical, fue cuando tuve la fortuna de introducirme en esa selva de materiales auditivos, de lectura y de colección que era el establecimiento de Virgin Records en la cercanías de Central Park, durante la que ha sido la única visita que he hecho a la ciudad de Nueva York.

El nombre "Borders" siempre me gustó; al ser nativo de Tijuana cualquier referencia a la frontera o a lo que está en los "márgenes", tiene en mí una amistosa acogida. Tuve el placer de poder conocer los establecimientos de la cadena en algunas otras ciudades de Estados Unidos que pude visitar. Recuerdo con especial nostalgia una ocasión que caminando por las calles, desconocidas para mi, de la ciudad de Boston, me topé con una de las tiendas, bellísima, dicho encuentro me hizo sentirme otra vez como en casa, una casa mental que yo habito, a pesar de encontrarme en tierra extraña. Mis últimos refugios en Borders se limitaron a la tienda ubicada en Plaza Bonita, en San Diego, durante mis visitas fugaces de tres días a mi familia en Tijuana, en donde utilizaba orgullosamente mi tarjeta de clente en libros, revistas, dvds y alguno que otro regalo; era para mi obligado comprar "de pilón" algunos de los inmensos volúmenes sobre todo tipo de cosas interesantes que se encontraban tentadoramente apilados bajo el anuncio en cartón "sale". Tristemente la experiencia narrada no se dará más, Borders, producto de una administracción que no supo adaptarse a los nuevos tiempos se va en lo que es la culminación de una muerte anunciada desde el año pasado.

No sólo Borders, Virgin Records ya no existe, aunque conservo orgullosamente una chamarra negra que adorna la espalda con la palabra que da título a la compañía en sugerente rojo sangrante, y que se dedica ahora a impulsar viajes al espacio, ¡vaya que eso si es adaptación a los nuevos tiempos! Las inmensas tiendas de Tower Records desaparecieron en Estados Unidos (aunque en la Ciudad de México se mantiene una en la Zona Rosa y otra en Altavista, de dimensiones mucho más apretadas, aún con el nombre, como reliquias de otra época en la que fueron marcas de distribución privilegiada de los objetos de mi afecto. Para incrementar la sensación de pérdida me entero recientemente que El Parnaso de Coyoacán, que ya observaba exhausto en mis últimas visitas, cierra. Ghandi de Quevedo persiste pero se ha ampliado a un establecimiento mucho más moderno, dejando enfrente al viejo local, como una especie de Titanic abandonado, ahora minúsculo em comparación con su hermano, limitado a ciertas materias, perdiéndose el efecto a la vez acogedor e intimidante que generaban torres de libros que parecían precipitarse sobre los clientes para absorvernos entre toneladas de hojas impresas al primer descuido. La Librería del Zótano cuya inagen quedó grabada en mi mente despareció con el temblor del 85, pasando a la historia ese zótano que dio nombre a una cadena. Sigue siendo buena librería la ubicada en Miguel Ángel de Quevedo.

La lenta desaparición de mis lugares consentidos de antaño quizá señalan, además de la edad, lo obsolescente de mis prácticas de consumo. No estoy en contra de la tecnología, pero sinceramente no encuentro el mismo grado de placer y gratificación en esa búsqueda ansiosa que tiene por resultado el hallazgo de algún disco o libro altamente deseado que lo que se produce por el click en una computadora, que de manera aburridamente previsible traerá como resultado una descarga de bits o la llegada a mi casa de un libro envuelto en cartón tiempo después. Ese tipo de adquisición no iguala la tenencia cual climax culminatorio de esa emoción que se acumula despordante conforme creemos acercarnos al lugar donde habremos de descubrir al autor o conjunto musical deseado, esa sensación que imagino semejante al encuentro de un tesoro después de días de escudriñar los lugares más recónditos del planeta o, de plano, algo análogo a lo que podría denominar un orgasmo intelectual logrado después de un delicado y prolongado foreplay.

Algo parecido encuentro con la revistas, el placer de dar con ellas conforme aparecen los nuevos números, con fechas en la portada que nunca coinciden con el calendario real, no lo sustituye la fría regularidad de la entrega producto de una suscripción. Sanborns sigue siendo el lugar para esa búsqueda en la Ciudad de México al igual que los establecimientos del Aeropuerto.

Por razones de obsolescencia mental semejante a la antes referida mi última visita, en otros años ritual obligado, a la muy apreciada tienda Best Buy de Mission Valley en San Diego me frustró enormemente, muchísimos menos videos visibles a la mirada de los clientes eran "compensados" con la fría leyenda de que ¡cualquier artículo puede ser pedido en forma electrónica y entregado en casa! ¿Y la búsqueda ansiosa entre un muro de objetos audiovisuales semejante a la muralla china cómo lo sustituyo?, ¿la sensación de victoria entre fanfarrías al encontrar precisamente la película antigua o el disco poco comercial que buscaba donde queda? La tienda no monopolizó mi tiempo como antes lo hacía, los arqueólogos audiovisuales habremos de buscar lugares alternativos.

Como dije al principio Borders se vá, al repetir la trágica noticia me pregunto ¿porqué se mantienen con éxito otro tipo de establecimientos y firmas y se va uno que tanto quiero? Extraño amor a una empresa para la que nunca signifiqué más que uno entre miles de clientes diarios que desfilaban por sus establecimientos como feligreces itinerantes ante un templo. ¿Porqué no se terminan de ir las empresas de Robert Murdoch y se queda Borders? Seguramente porque soy parte de una minoría consumista impotente de influenciar a "los mercados" lo suficiente como para mantener a los antiguos oferentes de nuestros artículos amados, que han sido sustituidos por canales de distribución más eficientes, pero muchos menos "emocionales" que a los que me acostumbré cuando comenzé a tener un sueldo. Pero el dinero no entiende de sentimientos. Tendré que adaptarme y suspirar con nostalgia por mis cada vez más escasos paraisos terrenales.

0 comentarios:

Publicar un comentario