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martes, septiembre 08, 2009

La decencia indecente

¿Qué opinión le merece la fotografía que adorna el inicio de esta entrada? ¿qué representa para usted? ¿a una mujer atractiva, regalo visual dentro de los parámetros de las costumbres y moda en nuestro país?, o ¿acaso a una provocadora indecente que, como Eva hiciera con Adán, pretende inducir a los hombres a seguir el camino del pecado?



Es de esperarse que en cualquier comunidad la determinación de aquellas conductas que se protegen y alientan por considerarse valiosas o que se proscriben por juzgarse perniciosas tenga respaldo en el reconocimiento de la mayoría. Freud dice que el paso determinante para el advenimiento de una cultura se da cuando una mayoría impone su fuerza, bajo el nombre de “derecho”, a la fuerza de la minoría, que recibe el nombre de fuerza bruta. Al hacer sus reflexiones antropológicas el padre del psicoanálisis no se adentró, desde luego, en el problema de la legitimad en el ejercicio de la fuerza y sus relaciones con la idea de libertad. Por ello, si no queremos quedarnos en la crudeza del planteamiento freudiano para explicar el funcionamiento de las sociedades contemporáneas, se deben hacer distinciones y matices respecto a cómo se relaciona la opinión y preferencias morales de la mayoría con el establecimiento formal de normas coercitivas y con la utilización de la fuerza pública en una democracia.

Creo que en ocasiones el calificativo que se adjunta a la materialización de los deseos de los diversos grupos representativos en una sociedad merece invertirse: no siempre los aparatos institucionalizados y los grupos que los excitan representan el “derecho” de alguien y sí más bien la fuerza bruta, con acento en el adjetivo calificativo referente a la brutalidad.

Esto viene a colación por la condena a cuarenta latigazos que pende sobre la cabeza de Lubna Hussein, periodista sudanesa, por usar pantalones, en virtud de considerarse que la portación de dicha prenda, con fundamento en una disposición que no define el concepto, cumple las características para ser considerada como “indecente”. Con seguridad en Sudán existen muchos puritanos que así lo consideran y respaldan tanto la discrecionalidad contenida en la ley como los actos de las autoridades que intentan darle eficacia (cuarenta y tres mil mujeres fueron arrestadas durante 2008 por ofensas relacionadas con la vestimenta). Pero cabe cuestionar, tanto en Sudán como en cualquier parte del mundo, si la organización política debe tener como función imponer conceptos de decencia y preferencias morales, por muy mayoritarias que éstas sean.

Si no hay un daño observable y valorable inmiscuido, recurrir a ideas ambiguas como la de disolución social, perversión de las costumbres o protección a los valores familiares, nos parece un pobrísimo argumento para justificar la imposición de un estandar de conducta a través de la fuerza. Es un problema que se presenta, en grados distintos, en sociedades en las que se funde la moralidad positiva con reglas o prácticas religiosas, de origen antiquísimo, y el mismo derecho. Las posiciones de principio en esta cuestión fueron planteadas y defendidas en la filosofía jurídica en el célebre intercambio académico conocido como el Debate Hart-Devlin.

No se crea que es un problema solamente de Sudán, existen lugares de medio oriente donde se castiga a las mujeres que no llevan cubierto el rostro, o en los que se considera un "vicio moral" maquillarse o usar sombrero; en Uganda a las faldas y escotes se les achaca la "responsabilidad" de los accidentes de tránsito y son vistos como símbolo de decadencia y degeneración social; en México, el arzobispo de Durango, Héctor González Martínez, culpa a las mujeres que se visten de forma "provocativa" de fomentar el morbo y prescribe: "Las mujeres no deben usar minifaldas, escotes, ni aberturas en las faldas, ya que ese tipo de vestimenta atenta contra el honor". Si las afirmaciones anteriores fueran ciertas, ¿de qué manera habrían de vestirse las mujeres para satisfacerlos? Montaigne señaló: "Es mucho más fácil acusar a un sexo que excusar al otro.", en este orden de ideas habría que decirle a estos señores que muchos problemas en el mundo ameritan la atención urgente de los gobiernos e instituciones sociales antes que la vestimenta, entre ellos el machismo. Quienes se mortifiquen o se sientan tentados por las mujeres pues que civilicen sus tentaciones, la coquetería y el afán por llamar la atención del sexo opuesto, y sentirse bien haciéndolo, es la manifestación de algo natural y, venga de quien venga, no equivale a una agresión, un guiño del ojo jamás le ha hecho daño a nadie. Como dijera la muy vigente Juana de Asbaje “¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no está claro?”

En nuestro país aparecen reclamos en relación con la eliminación o reformas a textos que tocan nociones que se incorporaron en ordenamientos jurídicos en los años veinte del siglo pasado y que no tienen fundamento mayor para su reclamo de permanencia que “el pensamiento mayoritario de los mexicanos”, “la integración y cohesión social” o la “moralidad”, según el criterio de grupos de dudosa representatividad respecto de dichos sentimientos o formas de pensar. Como muestra, basta recordar que en Guanajuato, la ciudad del célebre “Callejón del Beso”, a principios de este año las autoridades administrativas pretendieron prohibir los besos apasionados en la vía pública, bajo el argumento de la protección a la moral del individuo y de la familia, "Una cosa es el beso y otra cuando estás echando todo un show... hay unos agarrones ahí que son de olimpiada, ¿no?” glosa el alcalde de la ciudad, repentino experto en pasiones y decencia, para justificar el bando en cuestión, con el que pretendieron fallidamente constituirse en una especie de “policía de la moralidad”, semejante a la que en Sudán acosa a Lubna Hussein y a las demás mujeres que se visten de manera “indecente”.

¿Bajo qué parámetros se pueden invocar estas frases, y aún si fuera posible hacerlo, se debe utilizar el derecho para proteger estas ideas? ¿Las autoridades deben imponer la uniformidad de las conductas y el castigo a la diversidad? ¿Deseamos homogeneidad a costa de libertad? Mi opinión es que no, utilizar el aparato coercitivo para asegurar la prevalencia de preferencias morales o religiosas, por muy mayoritarias que sean, me parece un abuso de poder, una muestra de intolerancia y más propio de una dictadura que de un estado de derecho. Las indiscreciones a las normas de sistemas normativos distintos al derecho, como la moral y las costumbres, ya cuentan con mecanismos de protección propios, acordes con su relevancia social. Es más justificable cuidar que dichos órdenes normativos no atenten contra derechos reconocidos formalmente por el orden jurídico, que pretender incorporar sus supuestos y sanciones al Derecho disminuyendo la libertad.

A pesar de que ministros religiosos han sido utilizados para tratar de convencer a Lubna Hussein a comportarse como una “buena musulmana” ella rechaza que se trate de un problema intríseco del islam: "The acts of this regime have no connection with the real Islam, which would not allow the hitting of woman for the clothes they are wearing and in fact would punish anyone who slanders a woman… These laws were made by this current regime which uses it to humiliate the people and specially women.” Lo que tenemos en ese lugar no es sólo un problema de fervor moralista de las autoridades, sino también uno de machismo y de falta de libertades, que está quedando en evidencia por este caso, fundado formalmente en faltas a la “decencia” y cuyas consecuencias la periodista está dispuesta a afrontar, inclusive renunciando a la inmunidad diplomática a la que se pudo haber acogido, para cuestionar la constitucionalidad de la ley y llamar la atención del mundo sobre la verdadera "indecencia" que ocurre en su país. Merece nuestro respaldo.

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