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lunes, febrero 28, 2011

Wikileaks, su relevancia


El Churchill Club, foro de discusión ubicado en el Valle del Silicón, se define a sí mismo de la siguiente manera: "The Club is known for its smart, provocative and often irreverent programs. In addition to a stellar line-up of senior executives, the Club features panel discussions with invaluable information on technology, entrepreneurship, life sciences, business leadership and innovation."

Anexamos un panel organizado por el club, celebrado el pasado 19 de enero, que me parece importante y oportuno: "WikiLeaks: Why it Matters, Why it Doesn't?" Participan los académicos, exfuncionarios, inversionistas y editores siguientes: Daniel Ellsberg, Clay Shirky, Neville Roy Singham, Peter Thiel, Jonathan Zittrain y Paul Jay. En el discuten, entre otras cosas, las implicaciones de Wikileaks para el derecho de acceso a la información, la seguridad y la libertad de expresión.

sábado, febrero 26, 2011

El discurso del tirano: reflexiones schmittianas

Los pensadores sobre la política que se consideran clasicos, así sea uno cuyo "clasicismo" sea tan controvertido  como lo es en el caso de Carl Schmitt, nos proporcionan conceptos y máximas que ayudan a reflexionar sobre los sucesos contemporáneos. Para echar mano en nuestros días de las categorías de Schmitt de manera provechosa, hay que hacerlo bajo una óptica proporcionada por gafas democráticas, salvo que nos contentemos con traerlo a la vida sólo para dejar patente cómo pensaba cierta corriente del derecho constitucional que llegó a simpatizar con la idea del estado total, lo que, en el caso de Schmitt, equivaldría a provocar la lluvia sobre un terreno ya muy mojado. Finalmente, todas las teorias son legítimas y ninguna tiene importancia, decía Borges, lo que importa es lo que se hace con ellas.

En este orden de ideas he de comentar que tuve la oportunidad de ver en tiempo real el discurso de Muammar Gaddafi, pronunciado precisamente en estos momentos en que la moneda que habrá de determinar a las fuerzas que se queden con el poder público en Libia se encuentra rotando por los aires. ¡Quedé estupefacto!

Al hacerlo observo a un viejo militar, pretendido padre de un pueblo y héroe de batallas legendarias, que reclama a sus hijos, repentinamente insomnes, la ingratitud manifiesa al exigirle que se largue. Contemplo a un eterno detentador del poder coercitivo furiosamente desconcertado al percatarse que más allá de dicho mecanismo de fuerza cuenta con pocos argumentos para justificar su permanencia al frente de una nación, a cuya ciudadanía nunca consideró con capacidad de interlocución política y que ahora, insolente, se niega a seguir sujeta a la forma existencial que sus progenitores han interiorizado.

Los reflejos del militar acostumbrado al culto forzado recurren al canto de discutibles glorias del pasado y al cobijo de los pendones oficiales para justificar el ejercicio del poder del futuro, sin percatarse de que los héroes terminan su labor con el reconocimiento a su gesta y los honores temporales que lo acompañan pero que al aspirar a convertirse en dioses vivientes derruyen toda leyenda.

El poder que por años se concentró en Libia no dejó espacio para el conflicto político secundario, por lo que hoy en la disputa todo es vital, los combatientes se juegan la soberanía del estado, la supremacía para determinar lo justo y lo injusto, lo pío y lo pecaminoso, se desvanece sin poder ser asida en estos momentos por nadie. En términos schmittianos esto significa que el estatus político se encuentra en receso, ya que no hay en ese territorio un núcleo de decisión y acción que pueda organizar una unidad política, el ser político desfallece y el plasma desperdigado busca el continente que lo vuelva a configurar y que pueda hacer la distinción entre el amigo y el enemigo, esencia de la existencia política.

El adversario combatiente es el agrupamiento humano que hasta hace poco se identificaba como súbdito pero que ahora reclama su lugar como elemento del estado; en Libia la divergencia política es el enemigo que merece la muerte, así lo dice Gaddafi mientras agita las tablas verdes de la ley y sus intolerantes mandatos, que no expresan más que lo que por años ha sido el producto de su autoritaria voluntad, pero es muy cuestionable que en estos momentos sea su querer el que pueda determinar quien sea el enemigo público, actor antagónico al cual sólo puede tratársele en escena mediante la destruccción. La amalgama social se niega a seguir siendo pasivamente configurada y rechaza las ahora sucias manos del configurador obsoleto y sus irritantes intimidaciones. El cuerpo político embrionario reacciona contra la enfermedad que detecta en el dirigente que lo condena, ¿quién tiene en esta circunstancia excepcional el derecho y la fuerza para decidir de manera definitiva quién es el anticuerpo y quién la enfermedad?

Cuando las palabras que recogen los libros de las leyes son las dictadas por la propia lengua la apelación al derecho resulta evidencia de cínismo. El derecho sin legitimidad sólo es formalidad, expresión de los intereses de los poderosos y, en casos de disolución del estado, técnica de conservación sin organización política del poder. No se acude a las normas para hacer eficaz un orden una vez que éste ha desaparecido, lo que se requiere en estas circunstancias es decisión que implante una nueva ordenación social: "Quien domine el caso de excepción, domina con ello el estado", dice Schmitt.

Mientras al auténtico dictador las formalidades jurídicas le estorban, el tirano recurre a ellas para perpetuarse. Su normativa, propia de una situación de excepción, en Libia ha sido durante la regencia de Gaddafi la normalidad. ¿A qué más puede recurrir para afrontar un caso de excepcionalidad si todas las herramientas del control social las tiene desplegadas desde que accedió al poder? El estado de sitio que se vuelve regularidad, al verse amenazado, no tiene escalones adicionales para elevar el acopio de sus recursos de poder salvo la guerra, que cuando se vuelve en la constante es sinónimo del estado de naturaleza. En tal situación no hay soberano ni estado y sin estado no hay derecho que se pueda esgrimir como directriz, de nuevo toda conducta es válida.

"El contenido de la actividad del dictador consiste en lograr un determinado éxito, algo que poner en obra: el enemigo debe ser vencido, el adversario político debe ser apaciguado o aplastado", afirma Schmitt, sin ambargo, a Gaddafi el apelativo de dictador le queda grande desde hace mucho tiempo sino es que desde siempre, la connotación del término rebasa la moralidad de lo que ha sido su actuar. El verdadero dictador, el caudillo llamado a superar una emergencia que amenaza la preservación de la organización política, no acude a normas generales para justificarse sino a la eficacia de su actuar, siempre constreñido a la estricta temporalidad que requiere el estado de necesidad. En Libia no  ha existido dictadura, hubo golpe de estado, tiranía y ahora guerra civil. El dictador tiene a la ruina social como adversario, aquí la crisis es causada por el gobernante vitalicio, la solución a su existencia problemática vendrá de sus adversarios al derrocarlo, de la escisión territorial del estado o de la imposición de una paz teñida de sangre que restaure la tiranía.

Para Carl Schmitt lo irracional terminará por ser instrumento de lo racional; en esta disputa el antiguo rebaño y la mayoría de los observadore acusa de locura al pastor intransigente que con su bastón lanza golpes que ya no intimidan a los resueltos. En el territorio libio no hay racionalidad de estado, ni tecnicidad ni ejecutividad, las tres vías de la auténtica dictadura, sólo se perciben dos pulsiones antagónicas, rencorosas: "me quedo", por un lado, y "lárgate", por el otro, y sin la presencia de la razón no se infiere la posibilidad de un espacio para la negociación.

La coexistencia de dos soberanías en un mismo territorio es imposible, una de ellas será el enemigo interno, conforme a determinación posterior al conflicto, la otra aspirará a ser heredero legítimador de Leviathan y librar a Libia del caos. El juego de máscaras se está desarrollando ante nuestra mirada. Hay fuerza bruta desperdigada por doquier, aspiraciones de libertad revueltas con intereses, cobardes durante años, ahora convenientemente revolucionarios, propaganda de ambos lados y toma de partido por parte de los espectadores de la tragedia, pero ninguno de los extremos puede proclamarse aún soberano e imponer el criterio que decida la circunstancia.

En Libia no se aprecia una lucha de ideas, hay negación de contrarios que sólo puede resolverse mediante la eliminación de uno de ellos, la victoria, si es definitiva, tratará de legitimar al victorioso. En revolución el derecho lo establecen los triunfadores, así hayan sido previamente calificados como sediciosos. En ella hay disponibilidad para morir en el afán de destruir a los hombres que están de parte del enemigo, con el fin último de trastocar los fundamentos jurídicos y resortes de poder del estado, según convenga a los vencedores.

No se trata de un problema de justicia o de moral, simple, pero también gravemente, es un problema de estado y "... si no hay estado posible, hablar de valores como la justicia es ocioso e imposible.", nos recuerda Schmitt. Los precedentes en la historia por la lucha del poder valen políticamente no por la naturaleza de los medios utilizados sino porque triunfaron y se justificaron: "Quien produce la tranquilidad, seguridad y orden es soberano y tiene toda la autoridad."

En este orden de ideas se ve muy difícil la recuperación de la autoridad por parte del megalómano que grita "Libia soy yo", "la revolución soy yo", "el pueblo soy yo", mientras recibe el repudio tanto en el espacio interior, cuya distribución y acomodo político no puede hacer más, como la condena de las fuerzas exteriores que trabajan para construir un nomos de la tierra bajo cuyas premisas morales se exige su expulsión y la de sus semejantes del gobierno sobre seres humanos.






jueves, febrero 24, 2011

Preferencias librescas iberoamericanas


Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído, decía Jorge Luis Borges y espetaba: ¡Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído! Coincide con la anterior idea Joseph Epstein, para quien "La biografía de cualquier escritor debería ocuparse extensamente de lo que leyó y cuándo lo hizo, porque en cierto sentido, somos lo que leemos."

Otra vez la última parte: "somos lo que leemos". En efecto, el desfile de letras y símbolos que pasa frente a nuestros ojos influye en nuestra forma de ser. La moraleja de un cuento, la intriga y suspenso de una narración, alguna proeza histórica, el sentimiento que nos transmite un verso, la personalidad descollante de los seres ficticios de una novela, la frase profunda que no podemos evitar subrayar o anotar en algún lugar, todos ellos pueden llegar a convertirse en compañeros de viaje y guiar por siempre nuestras vidas.

Si intentamos responder a la eterna pregunta del ser humano “¿Quién soy?” bien podríamos cambiar la pregunta a “¿Qué he leído?” para poder dar respuesta a la pregunta original, nos dice con muy buenas razones Héctor Méndez:
Somos lo que pensamos, somos las acciones que ejecutamos en un mundo social, somos las ideas religiosas o filosóficas que sostenemos, somos los principios éticos bajo los cuales vivimos, somos las habilidades que demostramos en el mundo, somos los sentimientos que se generan en el cerebro al recibir el impacto del mundo, somos consumidores infatigables de productos perecederos y servicios y recursos… y la lista puede seguir inexorable generando más y más ejemplos de lo que somos.
Sin negar el impacto del proceso de socialización, de la propaganda y medios audiovisuales, de una manera u otra, al profundizar sobre las ideas y principios más elevados que nos hacen diferenciarnos y adquirir una personalidad propia, todo nos regresa, de una u otra forma, a la lectura.

Este repaso sobre la lectura y su influencia se impone al observar lo que se afirma en dos fuentes (Radiobiobio y Milenio) ambas con datos obtenidos por la AFP, que nos informan sobre los libros más vendidos durante el primer bimestre del año en diversos países de iberoamérica. Así, tenemos que en Chile los libros que aparecen en primer lugar son El sueño del Celta y Comer, rezar, amar; en Venezuela La rebelión de los náufragos y El profesor; en España El bolígrafo de gel verde y El ángel perdido; en Argentina El cementerio de Praga y Los padecientes. Es de mencionarse que El cementerio de Praga, El sueño del celta y Comer, rezar y amar aparecen con ventas destacadas en aquellos países donde no encabezan las listas. 

¿Qué es lo que se ha comprado más en México, nuestro querido México, tierra de Octavio Paz y de Alfonso Reyes? Este es el único caso en que ambas listas (que se refieren a períodos distintos) guardan plena concidencia, hay un campeón indiscutible que a diferencia de los otros países nada tiene que ver con la literatura, el libro que más han consumido los mexicanos se llama Los señores del narco.

Independientemente del mucho o poco valor periodístico del libro referido ¿qué nos dice tal preferencia sobre el público lector mexicano?, ¿estamos tan alertas frente a la inseguridad que preferimos gastar nuestro dinero y rmomentos de esparcimiento en una continuación de las noticias cotidianas sobre una opción literaria?, ¿se trata de una especie de aleación de masoquismo y morbo? Si es verdad que somos lo que leemos afortunadamente los mexicanos leemos muchas otras cosas (aunque quizá no lo suficiente para Librerías Ghandi). Esto es importante si tomamos en cuenta que Miguel de Unamuno otorgaba a la lectura acumulada una función defensiva, de protección frente a la propia lectura de último momento al decir lo siguiente: "Cuando menos se lee, más daño hace lo que se lee". Nota: la caricatura de Unamuno es autoría de Cassio Loredano y la encontramos en este lugar.

martes, febrero 22, 2011

Beethoven y Pérez Prado en Japón

Democracia y oligarquía

Para Aristóteles la igualdad democrática fundada por la ley significa que los pobres no tendrán derechos más extensos que los ricos y que ni unos ni otros serán exclusivamente soberanos, sino que lo serán todos en igual proporción. Por tanto, si la libertad y la igualdad son las dos bases fundamentales de la democracia, cuanto más completa sea esta igualdad en los derechos políticos, tanto más se mantendrá la democracia en toda su pureza.

Por el contrario, la oligarquía consiste en la fijación de un censo electoral (requisitos para que la población cuente con derecho al voto) bastante alto, para que los pobres, aunque estén en mayoría, no puedan aspirar al poder, abierto sólo a los que poseen los ingresos fijados por la ley. Si la elección de los funcionarios públicos ha de recaer exclusivamente entre los incluidos en el censo, la institución parece más bien aristocrática y es oligárquica cuando el círculo de la elección es limitado. Otra especie de oligarquía se funda en la sucesión, a manera de herencia, en los empleos y funciones que pasan de padre a hijo. También estamos frente a una oligarquía cuando la soberanía es de los titulares de las magistraturas o autoridades, la cual sustituye al reinado de la ley. Esta última forma se corresponde perfectamente con la tiranía y también puede llamársele gobierno de la fuerza.

Muchas veces, advierte Aristóteles, aunque la constitución legal sea más bien democrática, la tendencia de las costumbres y de los espíritus es oligárquica, casi siempre el resultado de una revolución, no obstante, en ocasiones el movimiento oligárquico evita hacer innovaciones bruscas, prefiriendo contentarse con usurpaciones progresivas y de poca consideración; se dejan en pie las leyes anteriores pero los jefes de la facción oligárquica no son por eso menos dueños del Estado.

Lo anterior viene a la mente después de leer la columna del Premio Nobel de Economía Paul Krugman denominada Wisconsin Power Play, en la cual reflexiona sobre lo que en el fondo está en juego en el desafío político que se libra en el congreso de dicho estado entre el gobernador y sus aliados, por un lado, y el movimiento sindicalista y los suyos, por el otro:
For what’s happening in Wisconsin isn’t about the state budget, despite Mr. Walker’s pretense that he’s just trying to be fiscally responsible. It is, instead, about power. What Mr. Walker and his backers are trying to do is to make Wisconsin — and eventually, America — less of a functioning democracy and more of a third-world-style oligarchy.
Dicho intento, vaticinado por el filósofo de Estagira, ya lleva gran parte del trecho recorrido en el mundo de la realpolitik estadounidense:
In principle, every American citizen has an equal say in our political process. In practice, of course, some of us are more equal than others. Billionaires can field armies of lobbyists; they can finance think tanks that put the desired spin on policy issues; they can funnel cash to politicians with sympathetic views (as the Koch brothers did in the case of Mr. Walker). On paper, we’re a one-person-one-vote nation; in reality, we’re more than a bit of an oligarchy, in which a handful of wealthy people dominate.
Si el gobernador Walker y sus simpatizantes no esgrimen otro argumento que el mero equilibrio presupuestario, para lo cual no se requiere afectar la capacidad de negociación colectiva de las uniones de trabajadores, Aristóteles daría, sin duda, la razón a Krugman.

lunes, febrero 21, 2011

Presidentes


Hoy se celebra en Estados Unidos el Día de los Presidentes. A este respecto H.L. Menken, en su blog The Monkey Cage, revive una gráfica en la que se muestra el análisis de historiadores y especialistas  respecto de los presidentes de dicha nación que se considera desempeñaron de mejor manera su responsabilidad:
 
No es de mi conocimiento algún análisis semejante respecto de los presidentes mexicanos, quizá seria interesante intentarlo. Adelantándome a tal ejercicio en mi opinión Benito Juárez tendría un lugar relevante; me intriga conocer el lugar que se depararía a Porfirio Díaz y, finalmente, creo que de los recientes Ernesto Zedillo no saldría tan mal librado.

Lo que sí encontré es el resultado de la última encuesta de la empresa Consulta Mitofsky (octubre de 2010) respecto al nivel de aprobación de la gestión de los presidentes del continente, que desde luego es radicalmente distinta al estudio citado, no corresponde al juicio de especialistas en historia o ciencia política y debe verse con muchas salvedades. Hay omisiones relevantes, como lo serían el caso de Venezuela y Cuba, además de que no se cuenta con información de varios países del Caribe y algunos de los mandatarios objeto de la encuesta ya terminaron su encargo.
Brasil
Luiz Ignacio Lula
78%
El Salvador
Mauricio Funes
75%
Colombia
Juan M. Santos
74%
Panamá
Ricardo Martinelli
69%
Uruguay
José Mujica
63%
Honduras
Porfirio Lobo
60%
Chile
Sebastián Piñera
56%
México
Felipe Calderón
55%
Costa Rica
Laura Chinchilla
54%
Ecuador
Rafael Correa
53%
Dominicana
Leonel Fernández
49%
Bolivia
Evo Morales
46%
Guatemala
Álvaro Colom
46%
Estados Unidos
Barak Obama
45%
Argentina
Cristina Fdez.
36%
Nicaragua
Daniel Ortega
32%
Canadá
Stephen Harper
32%
Perú
Alán García
31%
Paraguay
Fernando Lugo
31%

domingo, febrero 20, 2011

Soros, Murdoch y las máximas orwellianas

George Orwell siempre se mostró consternado por la facilidad con la cual los poderosos podían rehacer la historia, sustituyendo la realidad efectiva de las cosas por falsedades y mitología, esta circunstancia le parecía más terrible que la amenaza de las bombas. El lenguaje político, decía el autor de 1984,, está diseñado para hacer que las mentiras suenen veraces y el homicidio respetable, por lo que, en tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario para hacernos ver lo que está delante de nuestros ojos, para desterrar las falsedades del presente que borraron previamente las verdades del pasado. En este orden de ideas los libros y la información siempre son molestos para los sectarios y tenaces administradores que componen la élite “intelectual” y mediática del “Ministerio de la Verdad”, que pretende controlar la escritura de la historia y que confinan al silencio y al olvido a todo aquel que no comulgue con el discurso dominante.

Orwell, desde luego, pensaba en los gobiernos totalitarios de la mitad del siglo XX al escribir  sus obras, al representar dichas organizaciones estatales la más acabada maquinaria de poder e influencia ideológica que conocía, no obstante, es legítimo inferir que sus advertencias serían igual de pertinentes para otro tipo de poderes distintos al de los gobiernos pero que detentan una influencia quizá mayor sobre la psique descuidada de las personas, me refiero a los imperios mediáticos.

George Soros, en reciente entrevista evoca precisamente a Orwell al ser cuestionado respecto a la poderosa fábrica de antiintelectualismo e ideología reaccionaria que, disfrazada de servicios noticiosos, ha construido Robert Murdoch, principalmente en Estados Unidos e Inglaterra. La suya se une a otras voces que cada vez con mayor decisión se atreven a denunciar y desnudar la infinita manipulación del gigante de medios impresos y de la televisión por cable.