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sábado, agosto 22, 2009

Contrahistoria de la filosofía

Siempre tuve la inquietud por explorar a diversos autores que, por cualquier razón, en su momento fueron considerados proscritos o condenados en el tribunal de las buenas conciencias, desde los sofistas hasta Freud, pasando por Maquiavelo y Montaigne, desde luego. Pues bien, Michel Onfray se ha dado a la tarea de elaborar una Contrahistoria de la Filosofía, en seis volúmenes, comenzando por Las sabidurías de la antigüedad, en ediciones Anagrama para el castellano. En Francia la casa de la obra es Éditions Grasser & Fasquelle.


El acerto que sirve de base al filósofo francés para emprender su labor es el siguiente: "Ninguna historia de la filosofía tiene autoridad por sí misma, salvo en un país totalitario... con harta frecuencia las historias de la filosofía ofrecen uno y el mismo relato. Los mismos autores, los mismos textos de referencia, los mismos olvidos, los mismos descuidos, las mismas periodizaciones, las mismas ficciones...": desde el Sócrates "platónico", señala, hasta el Demócrito y los sofistas (apuntamos nosotros) "presocráticos". De ahí justifica su selección de autores olvidados o menospreciados bajo la guía de una directriz filosófica con el cuerpo, no contra el cuerpo, alejada o a contracorriente del idealismo. En el tomo que se comenta desfilan por sus páginas Leucipo, Demócrito, Hiparco, Anaxarco, Antifón, Aristipo, Diógenes, Filebo, Eudoxio, Pródico, Epicuro, Filodemo de Gadara, Lucrecio y Diógenes de Enoanda.

El objetivo de Onfray es lograr "el surgimiento de un continente perdido", elaborar algo semejante a "una historia de los pensamientos dominados". Por justicia, resulta necesario "agregar a las estanterías obras alternativas que se ocupan de otra filosofía que supone otra forma de filosofar", una filosofía abierta con destino al hombre común, resultado de una auténtica "vida filosófica", como la practicaron Sócrates, Protágoras de Abdera, Diógenes, Aristipo y Pirrón.

La lección que pretende transmitir con su historiografía filosófica alternativa es la siguiente:
"Una corriente puede permanecer sin mezclarse con su medio ambiente, perseverar en su ser y cumplir su destino mediante la manifestación empecinada de su potencia existencial. ¿Cuál es el mar a atravesar? El de la filosofía idealista en su triple fórmula platónica, cristiana y alemana. ¿Cuál es la corriente, este famoso río Alfeo? La filosofía hedonista: materialista, sensualista, existencialista, utilitarista, pragmática, atea, corporal, encarnada..."
Sin duda será una delicia sumergirse de la mano de Michel Onfray en esta corriente poco explorada, teniendo, no obstante, la posibilidad de establecer contactos, así sea desordenados, para contrastar y discutir con el mar del que trata de alejarnos. Esta libertad nos la debe permitir el fundador de la Université Populaire para evitar incurrir en la malicia que denuncia de la historiografía tradicional y porque, además, es congruente con su propia manera de pensar, que nos agrada sobremanera, al sostener que la filosofía no es un museo con un recorrido con flechas, que nos lleva arbitrariamente de una obra maestra a otra, sino que asemeja mucho más: "... gabinetes de curiosidades a los que tan aficionados eran los filósofos, hombres de letras, historiadores y coleccionistas de los siglos XVI y XVII... ¡una acumulación de objetos raros e insólitos, extraños y exóticos, extravagantes y pintorescos!"

Será tarea de los lectores valorar a todos estos objetos inusitados e inauditos conforme nos vayamos topando con ellos, sin que nos desaliente en tal empresa la categorización y clasificaciones establecidas a priori por las prácticas académicas tradicionales, interesadas, en ocasiones, más que en filosofar, en censurar formas de pensamiento que no se adhieren al sistema ideológico que comparten.

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