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sábado, abril 02, 2011

Las formas del cuerpo y el cuerpo sin formas

 Personas que dicen ser el pueblo gritan desde fuera  distintas consignas (animados por intereses fácilmente discernibles) mientras los elegantes se forman y acceden ordenadamente al faraónico recinto legislativo. Jóvenes de faldas cortas y ajustadas, reporteros y cabilderos, "tienen más influencia que las dependencias de gobierno" dice el representante de una de ellas, se desplazan con la seguridad de quien pasea por corredores habituales dentro de una disposición muy poco funcional, constituyéndose, junto con los trabajadores del recinto y los diputados, en elementos que otorgan distinción y peculiaridad a este curioso hábitat legislativo.

Diputados que en otros tiempos conocí como personas comunes y corrientes ahora semejan garzas al caminar. Las más célebres de estas figuras públicas cuidan celosamente el desempeño del papel cuya imagen cultivan: los duros, los sofisticados, los temperamentales, los oradores, los irreverentes, los negociadores, todas ellas máscaras e imagenes artificiales que bien valen una cirujía plástica y exquisitos peinados. Los abrazos, tal intercambio de aletasos entre pingüinos, se reparten con prodigalidad al igual que los besos mentirosos, muchas veces acompañados de una paradójica mueca de los participantes en el trueque que desnuda el fingimiento.

¿Ya viste a esas chicas que pasean contoneándose por todos lados? me cuestiona una compañera de trabajo, mientras me dirije la mirada al desfile de llamativas "asesoras" y "asistentes" de los representantes de la nación, que apresuradamente transportan folders y papeles de un lugar a otro. ¡No seré yo quien reprima la exibición de la estética femenina! pensé para mis adentros mientras esbozaba una sonrisa. 

Se sufren penosamente las horas en las comisiones de trabajo mientras se presentan argumentos, más que nada de desahogo, esgrimidos por las minorías y condenados a la inefectividad de antemano, al haberse conformardo previamente una mayoría tras bambalinas que impone discutir un asunto no contemplado en la agenda y sin proyecto alguno de dictamen para ser estudiado, mientras algún inoportuno desnuda la simulación al revelar que de conformidad con el documento rector del parlamento las comisiones, al reunirse a resolver sobre un dictamen, se supone la existencia del proyecto correspondiente el cual, ¡oh sorpresa,! no se posee y si se posee, no se muestra. Las formalidades jurídicas que reclama el sentido común ceden sin embargo a otro tipo de lógica, la de los arreglos políticos, por lo que el presidente y demás funcionarios de la comisión dictaminadora, incólumes, continúan su empresa.

De manera paralela al desarrollo viciado de la sesión, reporteros y todo tipo de lacayos ataviados con finos trajes informan, con pompa y circunstancia, a través de celulares ubicados a la vanguardia tecnológica, los pormenores del proceso a sus jefes y superiores jerárquicos, quienes no consideraron relevante asistir personalmente a la fábrica del orden jurídico nacional. Los oradores, molestos, piden se les escuche y reclaman a sus compañeros legisladores la falta de reciprocidad, señal de la poca probabilidad que se concede a la originación de ideas relevantes por parte del hablante; simultáneamente, otros diputados operan cual pastores que recuerdan a su rebaño, con el auxilio de la mímica, la necesidad  de estar atentos al momento de votar en tal o cual sentido cuando así lo requiera la coyuntura. 

La presencia de reporteros y cámaras es el magnetófono que excita aún más las epidermis cosméticas de los parlamentarios. En este lugar de poses, pasiones legítimas, vanidades, intereses y féminas de buenas formas precisamente algo que se descuida es la formalidad y la lógica en beneficio de la fantasía de la ubuicuidad, digo esto al atestiguar el trabajo maratónico de varias importantes comisiones legislativas, cuyas agitadas disquisiciones se pierden en los pasillos con los ecos simultáneos de las participaciones en el salón principal de sesiones. ¡Toda una prueba a la concentración es estar en los pasadizos de San Lázaro! al escuchar fontanales de sonido por doquier que reclaman celosamente atención, "acompasados" por un monótono e irrititante timbre que advierte a los comisionistas la proximidad de algún asunto, cuya presencia y voto requiere para su desahogo en el pleno cameral, lo que los hace reaccionar como niños que corren para estar presentes al pase de asistencia e inmediatamente después dedicarse a las actividades que en verdad cautivan su atención.

Por el levantamiento de dígitos que manifiestan el respaldo de voluminosos dictámenes con reformas importantes, que sólo con el dominio de alguna técnica de lectura dinámica se pudieron haber estudiado, me atrevo a sospechar que quizá si es verdad que existen los fantasmas, en particular el espíritu del legislador tan caro a los juristas a la hora de "razonar" sus interpretaciones, que sí es verdad que contamos con legisladores omnisapientes y superdotados, poseedores de ese cacumen de inteligencia que los juristas aceptan como acto de fe respecto a los autores de las leyes: el dogma del legislador racional. El realismo, sin embargo, aconseja alejarse del mundo ilusorio de este cuerpo legislativo sin formas y percatarse de la existencia de compromisos para votar lo que no se lee a cambio, seguramente, de igual deferencia en asuntos del interés de los ahora deferentes. Todo esto en desmedro de la supuesta realidad objetiva de una "voluntad del legislador", ya que, como señalara hace mucho tiempo Hans Kelsen, no se puede desear o querer lo que no se conoce.

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