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miércoles, enero 12, 2011

El tiempo, el espacio y la muerte


En los tiempos de la Grecia clásica, Protágoras de Abdera acuñó una frase, de las más célebres y también controversiales en la historia de la filosofía: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que lo son, y de las no son en cuanto que no lo son”. Siglos después, George Berkeley señaló que lo único que podíamos conocer eran las sensaciones sobre las cosas: "to be is to be perceived", es decir, nuestra conciencia sería el marco dentro del cual comprendemos al universo, sin tener la seguridad de que tal universo exista objetivamente más allá de nosotros. Quizá llevando a un extremo la idea, una relativamente reciente teoría sugiere que el universo es creado por la vida y no al revés.

El biocentrismo afirma que todo lo que experimentamos es sólo información que ocurre en nuestra mente. En este orden de ideas el tiempo y el espacio no serían objetos, sino simplemente formas con las que tratamos de dar sentido a lo que nuestros sentidos perciben, de la misma manera que un lector de discos digitales transforma en una experiencia multidimensional la información con la que se le alimenta. Lo anterior tendría asidero si se toma en cuenta que aún en los sueños nuestra mente genera “realidades” que interactúan con un ambiente “físico” que lo rodea y que, a pesar de tratarse de una mera fabricación mental, experimentamos sensaciones y pensamos en torno a ellas de una manera tan real a como lo hacemos cuando estamos despiertos.

Así, tenemos que los árboles y la nieve se evaporan mientras dormimos, la cocina desaparece cuando estamos en la recámara y el sonido de un reloj o el aroma de una comida, se disuelven cuando nuestros sentidos no los perciben más, por lo que el universo brotaría a la existencia sólo a partir de la vida y no al revés. De esta manera para cada vida existe un universo, su "propio universo", en el cual se generan esferas individuales de la realidad, de las cuales forman parte lo que percibimos como el tiempo y el espacio físico.

Siempre que un filósofo o un físico hablan del tiempo necesariamente lo describen en términos de “cambio”, pero la relacion  no es bilateral,  toda vez que la idea de cambio no requiere de una cierta noción llamada “tiempo” para se explicada. Lo anterior nos trae a colación a Mario Benedetti, el cual nos habla en uno de sus poemas, que presentamos fragmentado, de la imperiosa necesidad de gozar de un tiempo sin tienpo:
Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él...
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta...
tiempo sin recato y sin reloj...
vale decir preciso
o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.
Bajo la perspectiva que comentamos lo que conocemos como tiempo no sería más que la suma de estados espaciales que ocurren dentro de la mente cuando observamos el fenómeno del movimiento y de los cambios que éste mplica, de manera semejante al continuo de imágenes que dan forma a una película, cuya trama podría ser alterada. Las nociones del tiempo y del espacio no son, en consecuencia, más que las ideas con las que tratamos de organizar comprensivamente el remolino de información que recibimos. El espacio y el tiempo lo son sin espacio y sin tiempo, como requiere el poema de Benedetti, se trata de meras ilusiones.

Al observar a nuestros seres queridos envejecer y morir, generalmente asumimos que una cierta entidad externa, de marcha irrefrenable, a la que denominamos “tiempo”, es la responsable de la fatalidad. Montaigne nos dice, más certeramente, que es incierto saber donde nos espera la muerte, a la cual considera un fenómeno liberador, toda vez que nos desliga de la servidumbre y de las ataduras. No obstante, en un mundo sin espacio y sin tiempo, la muerte no tendría lugar, por lo que, o siempre somos libres, o siempre somos siervos. A pesar de que todos los organismos estamos destinados a la decrepitud y la destrucción biológica, la teoría en comento afirma que el sentimiento de la vida es algo así como una tenue fuente de energía que opera en nuestro cerebro, energía que no se extingue cuando morimos. La inmortalidad no sería entonces una existencia perpetua en un tiempo sin fin, sino una experiencia que reside más bien fuera del mismo tiempo y del espacio, esa supuesta extensión del universo donde están contenidos todos los objetos sensibles que coexisten.

La biología evolutiva apunta que la vida ha progresado desde una realidad unidimensional hacia otras con dos y tres dimensiones y no hay razones, señala Robert Lanza, para pensar que la evolución termina allí. Finalmente, la conciencia se elevaría de manera insensible desde las más elementales formas de vida, atravesando la existencia vertebrada, hacia formas de existencia extracorporal o trascendentes que ni siquiera podemos imaginar. A pesar de que estas existencias menores las podemos experimentar y sentir plenamente, no son más que representaciones de partes de una realidad unitaria que existe más allá de nuestra clásica concepción del tiempo y del espacio.

Para finalizar... otra vez la muerte. Volviendo a su concepción como un acontecimiento liberador, se dice que Albert Einstein llegó a decir, al hablar del fallecimiento de un amigo cercano: "Now Besso... has departed from this strange world a little ahead of me. That means nothing. People like us...know that the distinction between past, present, and future is only a stubbornly persistent illusion." Si Einstein tuviera razón no la tendría Mointaigne, ya que no habría nada de que huir, nada de que liberarnos y, sin embargo, desde una muy alejada e insignificante provincia del sistema, Protágoras estaría en lo cierto, ya que el hombre, desde su muy particular esfera de individualidad, seguiría siendo la medida de todas las cosas.

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