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sábado, diciembre 11, 2010

El premio que castiga


El Premio Nobel de la Paz ha sido otorgado a Liu Xiaobo. El gobierno chino, molestísimo, afirma que se trata de un delincuente y, a la vez que interviene a efecto de evitar cualquier tipo de propagación de la noticia en su territorio, denuncia que el reconocimiento al disidente no goza de respaldo internacional y es una forma de intromisión de occidente en sus asuntos políticos; la academia noruega declara que ha otorgado el premio en atención a la lucha del premiado en favor de los derechos hmanos y que el otorgamiento es ascéptico, que no obedece a motivaciones polítiicas. En diverso grado, y por razones distintas, creo que ambas partes mienten.

Tienen razón los chinos en estar enfadados desde el punto de vista de una racionalidad que sólo atienda al control social y a la conservación del poder coercitivo, el reconocimiento internacional a un proscrito siempre implica un severísimo cuestionamiento a la autoridad moral del guardian del orden y alienta a sus simpatizantes a continuar la disidencia. Por otro lado, la academia noruega no puede negar la intencionalidad política de su decisión, en este disimulo estriba su falta ya que la selección del premiado es inobjetable, el mensaje debe ser claro y sin recatos diplomáticos: en China no hay libertades políticas y el otorgamiento del nobel a Xiaobo tiene por finalidad poner el dedo sobre la herida y exhibir al gobierno autoritario.

Es probable que Xiaobo sí sea un subversivo, si a tal vocablo lo dotamos de una connotación puramente técnica, equivalente a derruir al poder del estado, pero en este caso, cuando la afrenta al gobierno es el requerimiento de libertad política y la separción de poderes, la legitimidad de la autoridad subvertida se desvanece y la exhibe como una maquinaria moralmente vacía cuya pervivencia se basa en el manejo tecnológico de la fuerza y en la domesticación y control de la población.

Los "pecados" de Liu Xiaobo son principalmente dos: 1) en 1988, al visitar Hong Kong, dijo de manera sarcástica que si la entonces colonia presentaba las características de modernidad y avance que él observaba tras cien años de colonialismo, China requeriría al menos trescientos años del mismo tratamiento para modernizarse, y 2) la firma y apoyo en la distribución de la Carta 08, en la que se aboga, entre otras cosas, por el reconocimiento de libertades políticas, un gobierno parlamentario, rendición de cuentas de las autoridades, estado de derecho y separación de poderes en China. Xiaobo, que pudo haberse retractado de sus declaraciones se ha mantenido firme y expresa de manera incuestionable su profunda convicción de que la modernización china sólo podrá lograrse después de un lago periodo de occidentalización. Fue finalmente encarcelado en noviembre de 2009 y condenado a once años de cárcel por el delito de subversión. Tenemos aquí, en el fondo, una condena a la libertad política considerada como una caracteristica occidental perniciosa que pretende "infectar" al orden establecido.

La argumentación en su contra descansa en mucho en una ofensa al nacionalismo ideológico, a la falta de fé en los méritos de la excepcionalidad regional para resolver los problemas de convivencia, en el cuestionamiento al mérito de las soluciones políticas autóctonas, cuyos defensores ven con desconfianza las reglas de la democracia occidental. Cabe mencionar que las mismas ideas son recurso común de la retórica de gobiernos y liderazgos fundamentalistas que rechazan cuaquier tipo de sujeción a la comparación y a los triunfos políticos de la historia universal: "This kind of political theatre will never shake the determination and the confidence of the people of China to uphold the road of socialism with Chinese characteristics" dice el gobierno chino. A juzgar por el celoso cerco informativo que se ha construido respecto del asunto, pareciera que la convicción a que se refieren es frágil y puede desmoronarse con el mismo grado de dificultad que un castillo de naipes.

El concepto de ciudadanía o "pueblo político" de las autoridades chinas queda reducido a la constitución de los individuos en una especie de molécula sumisa que forma parte insignificante de un inmenso organismo a ser manejado desde la cúpula de un partido ideológicamente monocromático. Parece una oferta muy insuficiente para una organización que ejerce mando sobre la mayor población del planeta. La política no puede reducirse a la sujeción, hace falta la participación consciente, la constitución de un ágora en la que se discutan libremente los asuntos públicos.

Dice el ministro de asuntos exteriores chino: "Los hechos demuestran plenamente que la decisión del Comité del Premio Nobel no representa a la mayoría de los habitantes del mundo, sobre todo la voluntad de la mayoría de los países en desarrollo. El prejuicio y las mentiras no van a prevalecer". No queda claro a qué hechos se refiere el funcionario pero lo más probable es que se trata de una sobreestimación de los efectos de la activa campaña de su gobierno por lograr que la ceremonia de premiación sea desdeñada por los países con posibiidad de asistir.

Algunos por sus intensos tratos comerciales con China, en algunos casos derivados de su proximidad geográfica y otros quizá porque comparten sus convicciones respeto a la fuerza recriminatoria del Nobel sobre prácticas políticas que también ellos realizan, los países que no asistieron a esta ceremonia, simbólica como pocas, fueron Rusia, Cuba, Venezuela, Marruecos, Egipto, Túnez, Sudán,  Filipinas, Irak, Irán, Vietnam, Pakistán, Afganistán, Kazajistán, Arabia Saudí y Ucrania. Nadie en su sano juicio estaría tentado a afirmar que se trata de una constelación de gobiernos que brillan por su respeto a las libertades y la defensa a los derechos humanos.

La silla quedó vacía, efecto sin duda bien logrado por la academia noruega para hacer más patente la fuerza de la condena moral al gobierno aprisionador, a quien castiga de la misma manera que premia al ausente, al pasar a formar con la Alemania de Hitler, de una dupla solitaria de gobiernos que no han permitido la asistencia de un premiado a recojer la presea. No obstante, el mensaje de Liu Xiaobo se escuchó en Oslo:
There is no force that can put an end to the human quest for freedom, and China will in the end become a nation ruled by law, where human rights reign supreme... I hope that I will be the last victim of China's endless literary inquisition and that from now on, no one will be incriminated because of speech.

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