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sábado, noviembre 13, 2010

El cementerio de Praga

El viejo cementerio judío de Praga data del siglo XV y su exceso de lápidas se debe a la falta de espacio y de posibilidades de extenderlo en su momento por razones de intolerancia religiosa (los cristianos no les vendían más terreno para agrandar su superficie), de manera que los nuevos enterramientos se apilaban encima de los antiguos y las lápidas se amontonaban unas con otras. El cementerio dejó de utilizarse en 1787. Fue durante aproximadamente trescientos años el único lugar donde estaba permitido enterrar a los judíos en la ciudad. Al día de hoy se pueden ver más de 12 000 lápidas y se estima que puede haber enterradas unas 100 000 personas.

Es un sitio frecuentemente visitado por parte de los turistas, sobre todo al momento del crepúsculo, cuando la disminución de los rayos solares le da un cierto aire siniestro: "En el cementerio de Praga, nada es lo que parece y nadie es quien realmente dice ser: todo es según convenga, pues, bien mirado, la diferencia entre un hada y una bruja es solo una cuestión de edad y encanto."

Este lúgubre lugar es precisamente el que sirve de trasfondo y título a la última novela de Umberto Eco, El cementerio de Praga, que a pesar de haberse dado a conocer en Italia hace apenas una semana ya está dando mucho de qué hablar.

"Me da vergüenza ponerme a escribir, como si desnudara mi alma", así comienza sus memorias el capitán Simonini, estafador y espía que al enfrentar una crisis decide seguir los consejos de Sigmund Freud y escribir sus vivencias; solamente descubriendo dichas vivencias entenderemos muchos acontecimientos que se desarrollarían después con repercusiones aún en nuestros días.

La más grande hazaña de la trayectoria de Simonini es confeccionar las actas de una supuesta reunión nocturna entre las lápidas del cementerio judío de Praga en la que se trama "la madre de todas las conspiraciones", como asevera Lucia Magi, aquella en la que los ancianos rabinos de las 12 tribus de Israel tejen planes para dominar el mundo; ese documento servirá como base para la redacción de los celebérrimos Protocolos de los sabios de Sión. Simonini, "el hombre más odioso del mundo" en palabras del propio Eco, encarna un profundo odio a los judíos, lo que se revela en las  frases más polémicas de la novela: “Me doy cuenta de haber existido solo para vencer aquella raza maldita. Únicamente el odio calienta el corazón... La divina Providencia nos ha regalado a los judíos, utilicémolos y recemos para que siempre haya alguno al que temer y odiar”.

Lo anterior parece un exceso a Lucetta Scaraffia, que en L'Osservatore Romano critica: "Denunciar el antisemitismo poniéndose en la piel de los antisemitas no funciona como una verdadera acusación. El lector acaba por resultar contaminado por el delirio antisemita... Cuando se evoca el mal, es necesario enfrentarlo al bien, para que sirva de contraste. La reconstrucción del mal sin condena, sin héroes positivos, adquiere una apariencia de voyeurismo amoral". 

Javier Rodríguez Marcos protesta ante tales reprimendas al afirmar lo siguiente: "Los mismos que piden que no se lean literalmente la Biblia ni el Corán toman ficción por realidad cuando se enfrentan a la literatura... los ortodoxos temen que sus lectores simpaticen con su antisemitismo. Ni los libros sagrados son tan maniqueos."

El libro ha sido un éxito de ventas durante su primera semana, más de cien mil ejemplares vendidos, y estoy ansioso por edquirirlo en cuanto esté accesible en la Ciudad de México, el autor de El nombre de la Rosa tiene un gran prestigio como narrador de ficción la que sabe mezclar ingeniosamente con una ardua investigación histórica, además, el morbo incitado por las reacciones iniciales anima al lector desinformado para hacerse del texto que se discute, quizá, como dice el propio Rodriguez Marcos: "las malas críticas multiplican las ventas".

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