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lunes, julio 26, 2010

¿Tabula rasa?

Decía John Locke, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, que al nacer la mente se encuentra como una hoja en blanco sobre la cual escribe la experiencia; con estos materiales se forman las ideas, que son el objeto del entendimiento cuando pensamos. La experiencia puede consistir en sensaciones, que nos informan acerca de cosas y procesos en el mundo externo, y reflexiones, que nos hacen concientes de las operaciones y procesos que se desarrollan en nuestra mente. Con base en las ideas simples, aprehendidas mediante las sensaciones y las reflexiones, podemos hacer combinaciones con base en las cuales construimos ideas complejas sobre una gran variedad de cosas. De ahí que el punto de partida del entendimiento humano es una tabula rasa que es el continente al cual la experiencia da contenido.

La observación ha llevado a reconocer la evidente lentitud del aprendizaje de los pequeños humanos comparado con el de otros animales, lo que coloca al bebé como uno de los seres más indefensos en el reino animal, de ahí lo relevante del proceso de socialización mediante el cual los padres y el grupo social inician el largo proceso civilizatorio de las criaturas para que sepan lo que es correcto e incorrecto hacer y aprendan a convivir y a sobrevivir. Bajo esta perspectiva William James describió la vida mental de los bebés como "una gran, floreciente y escandalosa confusion". Juan Jacobo Rousseau, más drástico, describió al bebé como "un perfecto idiota".

Pues bien, al parecer los pequeños humanos vienen por la revancha y están presentando a John Locke con el desafío más formidable que se ha hecho a su tesis, sin necesidad de grandes abstracciones ni disquisiciones metafísicas, sino meramente comportándose como siempre lo han hecho a efecto de ser, paradójicamente, observados y demostrar que hasta la fecha han sido incomprendidos. En efecto, el Infant Cognition Center de la Universidad de Yale ha conducido una serie de estudios, dirigidos por Paul Bloom, destinados a indagar sobre lo que llaman "la vida moral de los bebés".


En estos estudios se presenta a bebés desde los seis meses de edad diferentes escenarios en los que participan muñecos que "interactúan" en distintos supuestos de cooperación, algunos llevando a cabo "acciones" que los muestran como cooperativos y otras que los muestran egoístas al no ayudar a los demás muñecos a la consecución de tareas colectivas sencillas. Para sorpresa de los psicólogos, prácticamente todos los bebés muestran preferencia por los muñecos "amistosos" y llegan incluso a "castigar", mediante la privación de dulces o inclusive golpeando en la cabeza, a los muñecos "malos".

Esto no implica una reinvindicación de la teoría de las ideas innatas ejemplificada en el mito de la caverna de Platón, ni es evidencia de que adquirimos nociones del bien y del mal por la revelación de seres trascendentes. Se trata más bien de los principios que sostiene la corriente de los "naturalistas morales" que afirman que la historia de nuestra moralidad comienza retrocediendo muy atrás en el pasado de la evolución, en la manera como los insectos, las ratas y los demás animales han aprendido a cooperar para sobrevivir. Para cuando el homo sapiens se formó la evolución ya había dotado de una firme fundación del sentido moral a la especie humana.

De esta manera tenemos que los bebés (que se encuentran esperando las disculpas de Rousseau y James), lejos de ser una tabula rasa, ya poseen una rudimentaria noción de la justicia desde pequeños la cual se va desarrollando de una infinidad de maneras posibles, hasta conformar sistemas filosóficos sofisticados, por la influencia de la cultura, en cuya formación, en descargo de Locke, desempeñan un papel relevante las ideas complejas producto de nuestras sensaciones y reflexiones.

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