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domingo, agosto 29, 2010

El mercader de la lectura


Si alguna actividad de comerciar pudiera llegar a considerarse como noble, quizá sería la relacionada con la transmisión de la cultura, con aquellos menesteres que fomentan el conocimiento de las imágenes, obras, ideas y noticias que dejan huella de los hechos que forjan la historia del hombre. Discutible, pero quizá la naturaleza de las mercancías puedan dotar al mercadeo de cierta connotación moral que siempre se le ha regateado. Si el vendedor es además una persona que lucha por salir avante en una vida transcurrida entre obstáculos, tanto de origen externo como interno, más plausible aún.

Es el caso de Don Ricardo, hombre de piel cobriza, dentadura incompleta, calvicie avanzada y de una cara rugosa propia de su edad, que como muchos otros héroes citadinos, en una esquina de Insurgentes Sur en la Ciudad de México, ofrece su mercancía a la vista de todos: publicaciones vanas, noticias, política, imágenes eróticas, ensayos académicos, deportes y literatura, de todo se encuentra en el espacio fugaz que todos los días hace suyo este mercader de la lectura. Pero no sólo dedica sus empeños a la adquisición y enajenación de sus artículos, sino que también practica lo que su actuar induce.

Es usual verlo concentradísimo en las gastadas hojas de un libro vetusto cuyo lomo batalla por mantener unidas las páginas que lo componen, a punto de desparramarse. Al hacerlo se advierte un frenesí semejante al que demuestra al divisarme a la distancia, cliente seguro a final de cuentas, ansioso e ilusionado de recibir de mi parte un pago adelantado por material para leer en los días venideros que le permita contar con algunos pesos más allá de los ingresos producto de las ventas cotidianas.

¿Qué lee con tanto ahínco diariamente? Me atreví a preguntarle después de meses de curiosidad, lee La Biblia y como variación recurre a "literatura de alcohólicos anónimos", respuesta que encapsula su vida, tanto en sus debilidades pasadas, como en sus fortalezas presentes y anhelos futuros.

El mercader de la lectura amerita un resto de vida digno de su esfuerzo por salir adelante, inmerso en las enseñanzas morales e historias fantásticas que constituyen su universo de letras. Probablemente, al emprender su partida, el destino le depare la suerte de reencontrarse felizmente con algunos de los personajes y pasajes literarios que hoy deleitan su vida.

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