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viernes, enero 22, 2010

La edad


Edad es una palabra que alude al tiempo de vida que llevamos en la tierra. Se trata de un dato de medida, de un registro que usamos por costumbre. Algún día a alguien se le ocurrió que midiéramos el tiempo tomando como referencia el movimiento de los astros en relación a nuestro planeta, por lo que, desde entonces, somos hijos y siervos de un ciclo sideral.

Cada especie tiene su lapso de subsistencia, hemos podido prolongar el nuestro en alguna medida pero aún no tanto como quisiéramos. Existen seres cuyo período de vida es menor al nuestro, no obstante, comparados con las tortugas gigantes, los cisnes o las guacamayas nuestro paso por la tierra es breve. Si algún día tuviéramos acceso a la inmortalidad seguramente se nos pediría morir de manera voluntaria después de cumplir nuestra licencia de vida, como un juego en un parque de diversiones, a menos que la humanidad pueda extenderse a otros planetas y hubiera superado el egoísmo para pactar una mejor distribución de recursos.

Al nacer iniciamos nuestro inexorable camino a la decrepitud y la decadencia, para finalmente morir por el desgaste de fuerzas. ¿Estaré a la mitad de la vida como Dante al iniciar su célebre recorrido por el mundo subterráneo? Sí, me considero a la mitad de la vida y muy jovial por cierto. No obstante, ya hay muestras del irrefrenable avance de Cronos en nuestra armazón corporal:
  • el vigor y la resistencia física han disminuido, las articulaciones reclaman cuando antes eran discretas, la espalda sugiere no acometer brusquedades, las rodillas piden prudencia al bajar y subir escaleras.
  • al erguirnos tenemos que recurrir al auxilio de algún apoyo cuando antes el solo vigor de nuestras piernas nos levantaba.
  • las canas, siempre inoportunas, llaman la atención sobre la antigüedad de nuestra estancia terrenal y para leer requerimos ahora de lentes especiales.
  • el cuerpo pide dormir más disciplinadamente y al hacerlo, nos levantamos de la cama con dolores en los hombros y en el cuello que antes no se presentaban.
  • se acusa una cierta descoordinación entre la mente y los músculos al emprender tareas conjuntas, lo que la mente desea no siempre puede acometer el cuerpo.
En fin, cual reliquias vivientes, somos testigos frente al espejo de cómo la arena de nuestro reloj biológico pasa lenta pero implacablemente de un hemisferio a otro. Si todos estos síntomas se dan ¿por qué será que varios parecemos conservar siempre el alma de niños? quizá porque no siempre quien tiene más vida vive más, ¿quién tiene más urgencia por vivir, un adolecente ansioso por comerse el mundo a puños o un anciano que se levanta temprano para extraer hasta la última gota a su existencia? Percatándonos de la finitud de la era propia, quizá es momento de dejar evidencia de nuestro paso por el planeta, de planear lo que queda, de materializar ideas y propósitos siempre pospuestos. Un corte de caja de media vida nunca le vino mal a nadie. Tenemos que gozar plenamente lo que nos resta y prepararnos dignamente para la muerte.

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